Los Neo-Mongoles, la Haganá y la Destrucción de Persia
Otro Cuento de Misantropía
Omar Hassaan Fariñas
La ciudad de Bagdad fue destruida, y con ella uno de los patrimonios culturales y científicos más importantes de la humanidad, en 1258. La ciudad fue sitiada por el ejército mongol de Hulagu Jan, nieto del famoso Gengis Jan, y luego en el breve espacio de dos meses fue completamente saqueada, casi un millón de iraquís fueron exterminados, y hasta la “Casa de la Sabiduría”, una de las bibliotecas más importantes de la época clásica, fue destruida. Esta gran institución de la civilización humana perdió la mayoría de sus libros y manuscritos, que cubrían temas como la astronomía, la filosofía, la matemática y la medicina, entre otras. Dichos libros fueron utilizados por las hordas mongoles para construir puentes sobre el Tigris. Las aguas de este río derramaban tinta negra por varias semanas luego de la calamidad. Con el objetivo de aplicar una “Política de Tierra Quemada” (Scorched Earth Policy) semejante a la practicada por los Nazis en Finlandia, Rusia, y en la propia Alemania (Decreto Nerón), los mongoles crearon estructuras piramidalesde las calaveras de los iraquís, con el objetivo de imponer un terror inconcebible a los pueblos que se atreven a resistir sus avances. Los mongoles destruyeron mezquitas, hospitales, palacios, baños públicos, hasta orfanatos, transformando edificios que simbolizaban la gran arquitectura islámica en meras cenizas a ser pisadas por los caballos de la multitud bestial que devoró un patrimonio de la humanidad equivalente a Oxford o la Sorbona, pero que no era la culminación del conocimiento occidental, sino del mundo oriental. El “Gran” General Hulagu tuvo que mover su campamento lejos de la ciudad a raíz de la inmensa putrefacción de los cuerpos de quienes eran, antes de la invasión, los ciudadanos de una de las ciudades más cosmopolitas del planeta.
Setecientos cuarenta y cinco años más tarde, la ciudad mencionada sufrió otra tragedia similar. Estos nuevos invasores-quienes podemos llamar “Neo-mongoles”-no eran asiáticos, sino europeos, no llegaron sobre caballos, sino sobre portaviones nucleares y transportadores aéreos gigantescos como los C-17 Globemaster III (amos del mundo). Los nuevos cuerpos que flotaban sobre el Tigris, otra vez más, nos hacen recordar de la fragilidad de la vida humana, la destrucción de tantas mezquitas, bibliotecas y otras construcciones milenarias, prueba de cómo el supuesto “desarrollo” de la civilización humana puede despertar los sentimientos misantrópicos (al estilo Molière) más amargos en el ser humano, generándonos un sombrío auto-desprecio que tratamos tan vergonzosamente de ocultar, pero que raramente podemos ignorar – pues no se puede tapar el sol con un dedo. Estas invasiones y saqueos brutales necesariamente le prestan la merecida legitimación a la frase del alemán Immanuel Kant: “de la naturaleza tortuosa de la humanidad, ninguna cosa recta se puede obtener”.
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